viernes, 10 de noviembre de 2017

¿ES EL APEGO UN TRASTORNO ADICTIVO? Neurobiología del vínculo social a través del Sistema Opioide Endógeno y péptidos relacionados

Colaboración de Gregorio Montero González


En su libro sobre evolución del cerebro y la conducta, The Triune Brain in Evolution: Role in Paleocerebral Functions (1990), Paul MacLean describió tres formas de comportamiento asociadas con la transición desde los reptiles a los mamíferos: cuidado, comunicación vocal y juego. Estas conductas están dirigidas a la interacción social y bajo determinadas circunstancias podrían dar lugar al apego. MacLean creía que la emergencia de un circuito tálamo-cingulado a nivel del sistema límbico era crítico para estas conductas y especulaba sobre la posibilidad de que el abuso de sustancias y los trastornos adictivos fueran intentos de remplazar opioides y otros factores endógenos que en condiciones normales son aportados por el vínculo social. Por otra parte, dado que una importante variedad de conductas sociales evolutivamente avanzadas (cuidado parental, altruismo) podrían incrementar la probabilidad de supervivencia de una especie, es razonable pensar que los circuitos cerebrales que controlan ciertas conductas sociales evolucionaron a partir de sistemas más básicos y filogenéticamente más antiguos, como los relacionados con la percepción y alivio del dolor.
En esta entrada, exploraremos estas hipótesis centrándonos en el Sistema Opioide Endógeno (Endogenous Opioid System o EOS por sus siglas en inglés. A partir de ahora nos referiremos a este sistema como EOS o como sistema opioide, en parte por motivos científicos y por otra parte pragmáticos, dado que las siglas en español “SOE” pueden tener connotaciones políticas y despistar a algunos lectores). Las preguntas que trataremos de responder son:

-         ¿El apego y las adicciones podrían tener sustratos neurobiológicos similares o incluso los mismos?
-        ¿Qué implicaciones podría tener desde una perspectiva evolucionista?

Conocemos el sistema opioide a través del uso de ciertas sustancias y sus efectos sobre el sistema nervioso central. El opium se ha venido empleando desde hace cientos de años como sedante, analgésico y sustancia recreativa para evadirse. Solo hace falta evocar la imagen de un fumadero de opio asiático, escenario tan explotado en la literatura y el cine. Ya en el siglo XX, se desarrolló toda una familia de analgésicos a partir de la planta original: desde la heroína hasta la morfina, pasando por el tramadol (analgésico más débil que los anteriores) o la codeína (antitusivo, típico en jarabes). Estas sustancias actúan sobre una serie de vías a nivel del sistema nervioso central y periférico, conocidas globalmente como EOS. Las tres familias de receptores de este sistema son mu, kappa y delta, siendo actualmente los receptores mu los más conocidos y relevantes tanto en la práctica médica (analgesia, sedación, paro respiratorio asociado a la sobredosis de opioides, estreñimiento como efecto secundario típico de estos  compuestos, etc.) como para esta entrada. Sin embargo, es importante destacar que este sistema cuenta con sus propios mediadores endógenos, esto es, producidos y segregados por las células del sistema nervioso. Son las famosas endorfinas, relacionadas con todas las formas de placer, desde el sexual hasta el que produce un buen solomillo al Pedro Ximénez, pasando por el deporte. Menos conocidas son sus hermanas las dinorfinas y encefalinas. Tanto las endorfinas como éstas últimas actúan de manera similar a los opioides exógenos como la heroína o la morfina, tanto en el cerebro como a nivel periférico. Sin embargo, el EOS interviene en numerosos procesos fisiológicos más allá del placer: constituye una forma de analgesia natural en situaciones de dolor o estrés intenso, modula otras vías a nivel del sistema nervioso e incluso es parte esencial del efecto placebo. Ahora bien, ¿qué relación tiene el sistema opioide con las conductas de apego?

Las primeras evidencias de que el sistema opioide podría estar implicado en las conductas de apego proceden de estudios animales.  Jaak Panksepp llevó a cabo varios experimentos en los que separaba a crías de perros de sus madres en un periodo precoz y evaluaba la reacción de las crías, centrándose en las vocalizaciones de estrés (distress vocalizations) y la conducta motora. Encontró que la reacción de las crías era diferente y mucho más intensa que la que producía la separación del alimento, por ejemplo. Para evaluar la hipótesis de que el EOS está implicado en el apego, administraba morfina a dosis muy bajas a las crías durante el periodo de separación de la madre. El efecto era llamativo: el alivio que les producía hizo pensar a Panksepp que la morfina de alguna forma simulaba la presencia de la madre1. Se podría argumentar que este estudio presenta sesgos. Dado que la morfina es un sedante, podría actuar reduciendo simplemente la ansiedad y el nivel de alerta de las crías, de manera inespecífica. Sin embargo, esto queda descartado a la vista de otros experimentos que no encuentran dicho alivio con el uso de barbitúricos o ansiolíticos. Por otra parte, podemos concluir que no se trata simplemente de un efecto sedante dado que las dosis eran tan bajas que las crías no modificaban su conducta motora. En otras palabras, no llegaban a “colocarse” con la morfina, sino que permanecían aparentemente normales pero más tranquilas. El alivio producido por este opioide no solo se demostró en cachorros de perro, sino en cobayas y otros mamíferos. Para poder obtener evidencias más sólidas y específicas del papel del sistema opioide en el apego, se realizaron a cabo experimentos con naloxona, un antagonista específico de receptores opioides (particularmente mu). En crías de cobaya por ejemplo, la administración de naloxona en el contexto de la separación de la madre incrementaba el llanto y las vocalizaciones de estrés, en algunos casos hasta 6 veces2. Curiosamente, esta reacción es similar a la que se produce en personas adictas a la heroína cuando se emplea la naloxona, desencadenando un síndrome de abstinencia inmediato con hiperalerta, ansiedad, inquietud psicomotriz, malestar general… Por tanto, el estrés desencadenado por la separación de la madre parece obedecer, al menos en parte, a una reducción en la actividad del sistema opioide. En otras palabras, la separación desencadena aparentemente un síndrome de abstinencia a los opioides endógenos. Evidencias indirectas apoyaron posteriormente esta hipótesis y procedían de otro campo: el de las adicciones.

En 1971, Richard Nixon declaró oficialmente una guerra diferente a todas las que había librado EEUU anteriormente: la Guerra contra las drogas (War on Drugs). Aunque ya desde comienzos del siglo XX y de la mano de Harry Anslinger, se habían perseguido los narcóticos y particularmente la marihuana, siendo ilegales primero en EEUU y posteriormente en el resto del mundo, había un aspecto que parecía diferente en esta nueva “Guerra contra las drogas”: estaba aparentemente sustentada en estudios científicos. En estos estudios, se colocaba a una rata en una jaula y se le ofrecían dos bebederos. Uno solo con agua y el otro con agua y una droga, cocaína o heroína. Se medía la probabilidad de que el animal bebiera de uno u otro y se extraían conclusiones. Cualquier persona, experta o no, concluiría lo mismo que aquellos experimentadores: las ratas acudirían de forma compulsiva a beber del agua con droga. Este sencillo tipo de estudios apoyó la noción de que las drogas eran la causa de las adicciones y la solución era muy simple: prohibir, perseguir y criminalizar las drogas. De esta forma teóricamente se acabaría con las adicciones. En esta entrada no vamos a discutir la conveniencia o no de esta guerra contra las drogas, pero sí vamos a analizar estos experimentos. Había un sesgo evidente, un sesgo que saltaba a la vista: las ratas no tenían nada más que hacer en esas jaulas. Solo podían drogarse. Estaban aisladas y aburridas, sin nada ni nadie con quien jugar, socializar y llevar a cabo las necesarias conductas de grooming. Cuando estos experimentos se repitieron años más tarde, arrojaron  conclusiones que para muchas personas resultarán sorprendentes: cuando en la jaula, en lugar de una rata sola metemos varias ratas y les obsequiamos con un set de divertidísimas ruedas para correr y objetos para roer, la inmensa mayoría de ellas acuden a beber en la misma proporción al agua con cocaína o heroína que al agua normal. Solo un pequeño porcentaje de las ratas presenta conductas compulsivas de consumo y tienden a aislarse en una esquina, al margen del resto. Estos experimentos aportaron tres líneas de evidencia esenciales:

1.     La causa de la adicción no es la sustancia en sí misma. Es una causa necesaria pero no suficiente y, en todo caso, se trata de una causa próxima pero no de la causa última. Parece mucho más importante la vulnerabilidad individual (genética, neurobiológica, que probablemente presentaban esa pocas ratas que se volvían adictas y se aislaban del resto) y la vulnerabilidad ambiental (por ejemplo, el contexto social, que explica en parte las conclusiones tan diferentes aportadas por el estudio con ratas aisladas y ratas en grupo)

2.     En un contexto de interacciones sociales en grupo, los individuos parecen desarrollar cierta resistencia a los efectos de los narcóticos. Una posible explicación es que están sometidos de forma crónica a la estimulación de su propio sistema opioide endógeno a través de las interacciones sociales. Dicha hipótesis ha sido avalada posteriormente en estudios que demostraron que los animales que conviven en grupo requieren de dosis mayores de morfina para la analgesia, por una hipotética tolerancia crónica a los opioides endógenos.

3.      En individuos vulnerables, los opioides exógenos como la heroína parecen sustituir la necesidad de establecer relaciones con otros individuos. Al igual que algunas de las ratas de estos experimentos, se ha documentado de forma reiterada y es conocido por la mayoría de nosotros, que los adictos a ciertas drogas tienden a alienarse de sus relaciones ya establecidas. Una vez más, los opioides son las sustancias que se relacionan más con esta tendencia al aislamiento social (frente a otras como la cocaína o el cannabis que en la inmensa mayoría de los casos permiten a los individuos seguir más o menos con sus relaciones previas, exceptuando estadios avanzados de la adicción). De hecho, muchos adictos a la heroína refieren que la sustancia remplaza la necesidad de amistades o relaciones sociales, terminando en un aislamiento en el que la droga se convierte en pareja, amiga o un familiar del consumidor.

Sobre este temática es altamente recomendable leer el último libro de Johan Hari, Chasing the Scream. Aunque está centrado en la temática de la Guerra contra las drogas, refleja parte de estos estudios iniciales con sustancias y vínculo social3.
En la figura 1, se muestra un resumen de las evidencias iniciales que fueron más importantes acerca de la implicación del EOS en el apego (modificado a partir de una presentación propia).



Existen más datos a favor del papel del EOS en el apego. La naltrexona, un inhibidor selectivo de receptores opioides, inhibe la capacidad de crías recién nacidas de elegir de forma preferente a  sus madres. Cuando no disponen de la activación normal de su sistema opioide, no son capaces de saber cuál es su madre y se acercan de forma aleatoria a las que están cerca3. Por otra parte, en condiciones normales tanto en animales como humanos, el contacto materno se asocia con un incremento de las concentraciones de endorfinas en las crías (y también en las propias madres). Y gracias a las unidades de neonatos, sabemos que el contacto piel con piel es analgésico en recién nacidos humanos. De hecho, este conocimiento aportado en los últimos 15 años está cambiando el protocolo de atención a los recién nacidos prematuros en las unidades de cuidados intensivos neonatales. Hasta ahora, se priorizaba el aislamiento en incubadoras para mejorar el desarrollo y evitar complicaciones y el tratamiento estándar del dolor era la sacarosa (azúcar, que efectivamente activa de forma muy potente el sistema opioide). Sin embargo, la prematuridad es una condición que conlleva la separación muy temprana de la madre. En los últimos años se está extendiendo la práctica conocida como “cuidados canguro”, que consiste en la colocación del neonato en el pecho descubierto de la madre, durante intervalos de tiempo en el día, permitiendo el contacto directo piel con piel del recién nacido y su madre. Se ha visto que aquellas unidades que incorporan los “cuidados canguro” obtienen mejores resultados en los prematuros, menor morbimortalidad, menores requerimientos de analgesia y menores estancias (existen ensayos clínicos aleatorizados recientes al respecto, por lo que estos resultados se apoyan en el mayor nivel de evidencia científica). Además, aquellos que recibían el contacto y las caricias de sus madres, mejoraban en su organización conductual y control motor. Esto no debería sorprendernos, a la luz de múltiples estudios de nuevo tanto en animales como humanos, en los que se replica de forma constante que el contacto materno facilita el desarrollo del nuevo ser tanto a nivel fisiológico, como afectivo como en la regulación del estrés y la conducta (para leer una revisión completa, ver referencia 5). En palabras de Lourdes Fañanás, bióloga e investigadora de la Universidad de Barcelona, “el ser humano es el animal que nace menos desarrollado y más desvalido. Somos verdaderos fetos extraútero que necesitamos la infancia más larga de todo el reino animal para poder desarrollarnos”6.

En la figura 2 se muestra un resumen de estas evidencias (modificado a partir de una presentación propia).




La separación de la madre en el periodo inicial de la vida tiene efectos negativos y duraderos en el desarrollo de la regulación de la alerta y la conducta en animales. Previamente en el blog, describimos varios estudios que mostraban que la separación de la madre llevaba a la apoptosis de múltiples áreas del cerebro inmaduro (por ejemplo, córtex prefrontal y áreas límbicas), implicadas en la regulación afectiva, conductual y la inhibición de impulsos (aquí). Vimos que esto podría relacionarse con la posibilidad de desarrollar disfunciones que conllevaran una menor resiliencia ante el estrés, hiper reactividad ante estímulos adversos e incluso, una mayor probabilidad de conductas impulsivas, autolesiones y suicidio.

El sistema opioide, así mismo, regula la función de la oxitocina y la vasopresina, dos péptidos que solo encontramos en mamíferos (lo cual habla por sí mismo de su relevancia y repercusiones a nivel evolucionista) y que están fuertemente ligados al vínculo social (la función de la oxitocina en las relaciones sociales ha sido tratada en una entrada previa, aquí). En relación con la oxitocina, podemos referirnos a ella como otro de los pegamentos sociales, junto al sistema opioide. Su importancia es crítica en el vínculo maternofilial y se ha demostrado en animales que es capaz de revertir la recompensa y tolerancia por una de las sustancias con mayor potencial adictivo: la cocaína. Es interesante que las madres de varios mamíferos son aparentemente inmunes a los efectos adictivos de la cocaína durante las primeras semanas tras el parto7. Podría decirse que el amor por sus crías es la adicción más potente que existe. Y en parte parece así. Cuando la concentración de oxitocina se reduce después de este período, las hembras presentan de nuevo la usual reacción hacia la cocaína, con una intensa liberación de dopamina a nivel mesolímbico. En este primer periodo crítico, la sinergia entre la descarga de oxitocina y opioides endógenos parece capaz de mitigar el efecto de recompensa de cualquier otra cosa que no sea cuidar las crías. Llegando incluso a inhibir potencialmente el impulso de alimentarse, como sabemos a partir de muchas de las mejores madres mamíferas, que ponen en riesgo su propia vida dando de mamar durante meses a sus crías sin ingerir alimentos. Es el caso de los osos polares o de diversas especies de focas. Que las madres se entreguen de tal forma al cuidado de las crías y ni siquiera estímulos ambientales tan potentes e intensos puedan distraerles de esta tarea tiene, probablemente, repercusiones trascendentales para el éxito de los mamíferos tal y como los conocemos hoy.



Por otra parte, se ha postulado que otra de las funciones más primordiales del EOS en mamíferos es inhibir el impulso de atacar, maltratar e incluso matar a las crías propias8. Algo que madres de otros animales fuera de la clase de los mamíferos hacen frecuentemente y cuyo impulso, más que probablemente latente en el sistema nervioso de las madres mamíferas debido a la herencia de esos genes más antiguos, parece ser constantemente inhibido por el EOS. Es probable, así mismo, que esto haya sufrido su propia evolución filogenética entre los mismos mamíferos. Así, es mucho más frecuente que las hembras de ciertas ratas (como los hámsters y bajo determinadas circunstancias) maten a sus crías, frente a la probabilidad de que esto ocurra en mamíferos cuyo desarrollo filogenético es más reciente, como en los grandes mamíferos, los primates y el ser humano. El enorme sacrificio que supone la crianza de una gran parte de los mamíferos más recientes a nivel filogenético se ha postulado como uno de los primeros actos de altruismo por parte de estas madres (basta pensar en la diferencia de inversión que supone criar actualmente a un hijo en la especie humana frente al caso de las madres de los cocodrilos, que abandonan a su prole desde el momento del nacimiento). Las bases neurobiológicas del altruismo parecen también encontrarse fuertemente ligadas a las mismas estructuras del apego y la recompensa social que estamos comentando en relación con el EOS y la oxitocina. En un reciente estudio con individuos especialmente altruistas (donantes de riñón a desconocidos), se ha demostrado que dos áreas especialmente vinculadas con el alivio del dolor y el cuidado maternal, en gran medida por parte del EOS (amígdala y sustancia blanca periacueductal) se activan de forma más potente en estos individuos frente a controles normales ante una situación en la que se exige el cuidado de otros y empatizar con ellos9. Que estructuras implicadas en el alivio del dolor propio y el cuidado de las crías estén implicadas en el altruismo, la empatía y el intento de aliviar el dolor de otras personas es otro punto intrigante y nos puede ofrecer interesantes líneas de investigación acerca de los orígenes de la empatía y el altruismo, además de nuevas alternativas terapéuticas en el tratamiento de múltiples trastornos mentales, tales como al autismo o los trastornos adictivos. No en vano, la naloxona se está ensayando en niños con trastornos del espectro autista, por su potencial prosocial. Pero sobre todo es la oxitocina la que se está ensayando como tratamiento en múltiples trastornos, desde la esquizofrenia hasta los trastornos adictivos, el autismo o el trastorno límite de la personalidad, como veremos a continuación.

 La oxitocina también es esencial para la memoria social, en parte debido a que modula la saliencia de los estímulos sociales. Esto lo conocemos de cerca en humanos gracias a los ensayos clínicos que se han realizado con oxitocina intranasal en pacientes con trastorno de la personalidad límite. Se pensaba que podría reducir su hiper reactividad ante estímulos estresantes sobre todo sociales, que favorecería la empatía y reduciría la impulsividad. Sin embargo, aunque en algunos ensayos se ha visto que esto es así, otros encuentran un preocupante empeoramiento psicopatológico en el grupo de oxitocina frente a los controles (placebo) (para leer una revisión muy reciente de los resultados de estos ensayos clínicos, véase la referencia 10). Una de las explicaciones que se baraja es que la oxitocina no promueve una “buena” relación social, tan solo podría incrementar la saliencia social en un contexto dado. Cuando en los ensayos grupales, los pacientes se encontraban tranquilos y confiaban en los compañeros y terapeutas, parecía que la oxitocina mejoraba varias áreas a nivel psicopatológico. Pero cuando existía escasa confianza y cierta tensión en el grupo, la oxitocina incrementaba estos sentimientos llegando a desencadenar reacciones paranoides y mayor ansiedad. De hecho, múltiples estudios, entre los que destacan los de De Dreu, encuentran que la oxitocina también puede tener su lado oscuro. De acuerdo con una perspectiva evolutiva sobre la funcionalidad de la cooperación, se concluye que la cooperación motivada por oxitocina motiva:

1)     El favoritismo dentro del grupo
2)     La cooperación hacia miembros dentro del grupo pero no fuera del grupo
3)     La falta de cooperación motivada por la defensa hacia individuos  externos amenazantes

Por lo tanto, además de su papel bien conocido en la reproducción y la formación de vínculos sociales entre iguales, las funciones principales de la oxitocina incluyen la defensa dentro del grupo frente a extraños (para leer una revisión sobre esta materia de la propia De Dreu, véase la referencia 11).  Esto puede tener importantes implicaciones para el estudio de los fenómenos de segregación, xenofobia y racismo, además de otras formas de lo que en psicología se llama “ellos/nosotros”, tema que ha recibido varias entradas previamente en el blog (por ejemplo aquí)
Volviendo al sistema opioide, habíamos visto previamente que aquellas crías a las que se les inhibía la función normal de su EOS con naltrexona no eran capaces de identificar y seleccionar a su madre entre varias. En los estadios más precoces y críticos para la supervivencia de cualquier mamífero, en esas primeras horas en las que la inmensa mayoría aún ni siquiera tiene desarrollada la visión o es capaz de coordinarse a nivel motor, la capacidad de identificar por el olor a la madre y recordarla (memoria social más primaria) parece estar íntimamente regulada por el EOS y la modulación que este ejerce sobre la oxitocina y otros péptidos que no hemos comentado, como la colecistoquinina. Por tanto, el EOS no solo tiene relevancia por sí mismo para el apego, sino que regula la función de otros péptidos estrechamente relacionados con el vínculo social, desde etapas muy tempranas y durante todo el proceso de crianza.

¿Qué ocurre con otras formas de vínculo social? Hasta ahora nos hemos centrado en el vínculo maternofilial por ser el más estudiado y por su prioridad lógica desde una perspectiva evolucionista. Sin embargo, existen evidencias de que el EOS además de la oxitocina juegan un papel esencial en el vínculo de pareja, con similares (amistad) e incluso entre humanos y animales (por ejemplo, con perros domésticos o caballos). Aunque el vínculo maternofilial ha acaparado la práctica totalidad de la investigación sobre el apego, disponemos de estudios recientes centrados en dilucidar las bases neurobiológicas en adultos. En cuanto al EOS, parece que los experimentos que hemos mencionado previamente, en los que la morfina reducía el estrés de las crías ante la separación de su madre y la naloxona lo incrementaba, se replican en adultos. Es el caso de un estudio con parejas adultas de monos tití, una especie monógama (como el ser humano…más o menos) en el que se investiga el vínculo de pareja (pair-mate bonding)12. Encuentran que los niveles de cortisol disminuyen con la morfina y se incrementan con la naloxona, además de que esta última aumenta también la activación psicomotriz (tal y como habíamos visto en los experimentos con crías). Es interesante que en este estudio se midiera un parámetro más objetivo de respuesta al estrés como son los niveles de cortisol. Aún más relevante es el siguiente resultado: cuando su pareja está presente, los machos responden con menor ansiedad a la infusión de naloxona, interpretándose que la presencia de la pareja actúa como una especie de búfer o amortiguador de la inhibición del sistema EOS y, por tanto, de la ansiedad, estrés e inquietud que se pretende inducir farmacológicamente. Esto es razonable teniendo en cuenta la hipótesis que estamos defendiendo, según la cual, el contacto social incrementa nuestros niveles de endorfinas, nos tranquiza, nos ayuda a paliar el dolor y nos da placer. Es importante añadir a la ecuación otro péptido esencial sobre todo en el vínculo de pareja, al menos en varios estudios con animales: la vasopresina (para leer una revisión acerca del papel de este péptido y la oxitocina en el apego, véase referencia 13). Aunque exponer con detalle la función de esta molécula en el vínculo de pareja escapa a los objetivos de este artículo, resulta ineludible señalar una curiosidad. La vasopresina regula numerosas funciones vitales a nivel fisiológico, tales como la tensión arterial, el equilibrio homeostático y la filtración renal. Que una molécula que inicialmente se dedicara a estas tareas adquiriera funciones filogenéticamente más avanzadas en el plano social no deja de ser intrigante y al mismo tiempo lógico. Sabemos, por ejemplo, que la vasopresina se relaciona con la reducción en los niveles de presión sanguínea que la mayoría de humanos presentamos al acariciar a un animal y podría relacionarse con el fuerte vínculo que tenemos con nuestros animales domésticos. Es uno de los mediadores biológicos de que el grooming entre personas y con nuestros animales de compañía resulte tan relajante. Pero no nos engañemos con explicaciones “buenistas” acerca de la naturaleza. Esta inhibición de la activación del sistema nervioso autonómico también podría entenderse como una inhibición de impulsos de agresión hacia los individuos del grupo, porque más que placer (que parece otorgarlo el sistema opioide como hemos comentado previamente), lo que hace la vasopresina es frenarnos. Podemos, por tanto, lanzar la siguiente analogía: la vasopresina que en origen podría haberse destinado al equilibrio homeostático interno del organismo en mamíferos, posteriormente parece haber adquirido funciones de regulación del equilibrio homeostático social, facilitando el vínculo de pareja y la cohesión del grupo, además quizá de la domesticación de animales (inhibiendo la agresión también a estos). Y de nuevo, esto nos devuelve al EOS, porque también parece que la evolución aprovechó estructuras filogenéticamente más antiguas que ya poseíamos para que adoptaran funciones más recientes. Así, el EOS se dedicaba al alivio del dolor físico y a proporcionar placer asociado al alimento o la cópula, para posteriormente proporcionar el mismo o más placer en las interacciones sociales, el cuidado de las crías, el grooming y las diferentes formas de vínculo social. Resulta ilógico pensar que la evolución se basa en un constante desarrollo de nuevas estructuras y moléculas (lo que en física o economía se denomina modelo de crecimiento inflacionario, en este caso de recursos biológicos), cuando lo más sensato a nivel de economía biológica es aprovechar lo antiguo y tratar de reciclarlo o mejorarlo para que adopte nuevas funciones cruciales para la supervivencia. Quizá esto no sea así en todos los casos, pero el Sistema Opioide Endógeno, la oxitocina, la vasopresina y la colecistoquinina parecen ejemplos de “economización de recursos” por parte de la evolución biológica.

Por último, comentaremos un aspecto a nivel genético que resulta especialmente interesante y clarificador. Ciertas variaciones en el gen del receptor mu-opioide, particularmente en el exón 1 (OPRM1) han sido estudiadas por sus implicaciones para el establecimiento del apego. En primates, una “simple” variación de una base (lo que en genética se conoce como polimorfismo de una sola base o nucleótido, en inglés Single Nucleotide Polymorphism o SNP, cuyo resultado suele ser la variación de un aminoácido en una determinada proteína) en el exón 1 del receptor mu-opioide, da lugar a diferentes modelos de apego entre las crías y sus madres. En macacos Rhesus, aquellas que presentaban uno de los alelos (alelo G), respondían con niveles mayores de estrés y ansiedad ante la separación de la madre14.  Presentaban un tipo de apego similar a lo que en términos humanos se ha descrito como apego inseguro. Este trabajo es previo a otros posteriores que han demostrado que dicha variación genética en el receptor mu-opioide podría conllevar a una pérdida de función de este receptor. Es probable que la reacción exagerada de estas crías vulnerables a la separación de sus madres se deba a la dificultad de aliviar el enorme estrés que supone esta situación. Sin su sistema opioide funcionando a buen rendimiento por una “simple” variación en una base de un único receptor de este complejo sistema, estas crías nos recuerdan a aquellas de los experimentos comentados más arriba, a las que se les inhibía casi por completo la función del receptor mu-opioide por medio de la naloxona y reaccionaban con mayor ansiedad, llanto e inquietud psicomotriz ante la separación de sus madres. Una pregunta resulta obvia: si una variación tan puntual a nivel genético produce diferencias tan importantes en una función tan compleja como es el apego social, ¿qué resultados ocasionarán las otras múltiples y probables variaciones no solo a nivel genético, sino de vulnerabilidad neurobiológica y ambiental que tienen que ver con el EOS? ¿Qué consecuencias pueden tener sucesos tan traumáticos como la negligencia o el maltrato por parte de los progenitores, otros familiares o los iguales (por ejemplo en el bullying)? ¿Qué efectos tiene la marginación y discriminación sobre los individuos sabiendo que la pertenencia al grupo resulta tan esencial como se pone de manifiesto en los experimentos con ratones a los que se les ofrecía agua con droga?

Probablemente MacLean no iba muy desencaminado cuando lanzó las ideas que hemos expuesto al inicio de esta entrada. Aunque resultaría muy polémico e incorrecto por definición decir que el apego es una forma de trastorno adictivo, hemos visto que tanto el vínculo social como las adicciones comparten múltiples estructuras neurobiológicas en común y que los procesos de vinculación y separación generan reacciones en los individuos prácticamente idénticas a las de consumo y abstinencia de drogas. Aunque nos hemos centrado en el Sistema Opioide Endógeno y la oxitocina, también sabemos que las estructuras dopaminérgicas implicadas en el sistema de la recompensa (particularmente, el estriado dorsal y el núcleo accumbens) son comunes al vínculo social además de ser una de las bases neurobiológicas más importantes de los trastornos adictivos (podríamos exponer estos estudios en otra entrada, pero para leer una revisión bastante completa de esta materia véase la referencia 13). Resultaría ilógico y permítanme decir, incluso obsceno, pensar que las estructuras cerebrales implicadas en las adicciones surgieron ahí para que nos drogáramos. El hecho de que el vínculo social comparta despachos y mensajeros en el sistema nervioso central con circuitos más antiguos implicados con la alimentación, el alivio del dolor, la reproducción o las adicciones, resulta de la mayor relevancia no solo en términos de biología evolutiva y supervivencia de las especies. También es crítico para acercarnos a algunas de las situaciones más complejas que enfrentamos como sociedad en la actualidad y que derivarán presumiblemente en algunos de los mayores retos de nuestro futuro como especie: la tendencia al individualismo, soledad y alienación social, progresiva debilitación de nuestro círculo social de apoyo, las múltiples formas de negligencia y maltrato hacia los niños, tanto en el seno familiar como acercándonos a la realidad del bullying o las cada vez más frecuentes separaciones de pareja, la problemática del suicidio, el creciente problema de xenofobia y de radicalización del “nosotros contra ellos”...

Una de las características más esenciales de los mamíferos y de la especie humana es la complejidad social, clave en muchos de nuestros éxitos hasta el momento. Pero el don se convierte en problema: nuestra supervivencia no depende del consumo de heroína o cocaína, pero sí de nuestra naturaleza social. Dependemos fuertemente de nuestras relaciones sociales como si de una potente droga se tratara. ¿Pero entonces, no habíamos quedado que el apego no era un trastorno adictivo?

Colaboración de Gregorio Montero González

BIBLIOGRAFÍA
 NOTA: solo se muestran aquellas referencias más relevantes por motivos prácticos y de extensión. Si el lector está interesado en conocer alguna referencia en concreto o más información puede comentarlo y se la facilitaré gustosamente
Las revisiones más interesantes que he incluido sobre esta materia se encuentran en las referencias 2, 5, 8 y 13.
[1] Panksepp J. et al. The biology of social attachments: opiates alleviate separation distress. Biol Psychiatry. 1978; 13(5):607-18.
[2] Herman BH, Panksepp J. Effects of morphine and naloxone on separation distress and approach attachment: evidence for opiate mediation of social affect. Pharmacol Biochem Behav. 1978;9(2):213-20.
[3] Johan Hari. Chasing the Scream. Ed. Bloomsbury Circus. 2015
[4] Shayit M, Nowak R, Keller M, Weller A. Establishment of a preference by the newborn lamb for its mother: the role of opioids. Behav Neurosci. 2003;117(3):446-54.
[5] Weller A, Feldman R. Emotion regulation and touch in infants: the role of cholecystokinin and opioids. Peptides. 2003;24(5):779-88.
[6] Lourdes Fañanás. Extraído de su ponencia en las I Jornadas sobre Evolución y Neurociencia. Bilbao 2017.
[7]Kovács GL, Sarnyai Z, Szabó G. Oxytocin and addiction: a review. Psychoneuroendocrinology. 1998;23(8):945-62.
[8] Insel TR. A neurobiological basis of social attachment. Am J Psychiatry. 1997; 154(6):726-35.
[9] Brethel-Haurwitz KM, O'Connell K, Cardinale EM, Stoianova M, Stoycos SA, Lozier LM, VanMeter JW, Marsh AA. Amygdala-midbrain connectivity indicates a role for the mammalian parental care system in human altruism. Proc Biol Sci. 2017;284(1865).
[10] Amad A, Thomas P, Perez-Rodriguez MM. Borderline Personality Disorder and Oxytocin: Review of Clinical Trials and Future Directions. Curr Pharm Des. 2015;21(23):3311-6.
[11] De Dreu CK. Oxytocin modulates cooperation within and competition between groups: an integrative review and research agenda. Horm Behav. 2012;61(3):419-28.
[12] Ragen B., Maninger N., Mendoza S., Jarcho M., Bales K. Presence of a pair-mate regulates the behavioral and physiological effects of opioid manipulation in the monogamous titi monkey (Callicebus cupreus). Psychoneuroendocrinology. 2013; 38(11): 10.1016.
[13] Insel TR. Is social attachment an addictive disorder? Physiol Behav. 2003;79(3):351-7.
[14] Barr CS et al. Variation at the mu-opioid receptor gene (OPRM1) influences attachment behavior in primates. Proc Natl Acad Sci USA. 2008;105(13):5277-81.




2 comentarios:

Unknown dijo...

¡Me encantó el post! muchas gracias.

Me gustaría saber su opinión respecto a cómo se relacionaría las diferencias individuales en la expresión/extructura de los componentes del SOE con la teoría de las 5 grandes.
Saludos

Greg MG Sworth dijo...

Muchas gracias a ti Ricardo

La pregunta que planteas es realmente una gran pregunta y es importante. Esta entrada sobre el apego y el sistema opioide es parte de una presentación más completa que suelo hacer incluyendo una segunda parte sobre rasgos de la personalidad y EOS y finalmente una unión de apego, personalidad y adicciones a través del EOS.

Para responder de manera resumida a tu pregunta. Efectivamente, no solo a nivel ambiental se relaciona el apego con los rasgos de personalidad. No solo la presencia de antecedentes traumáticos por ejemplo, puede generar diferencias en ciertos rasgos de la personalidad e incluso lo que conocemos como rasgos límites o antisociales de la personalidad. También existe una importante vulnerabilidad genética como sabemos. Aunque el modelo de los Big Five no se ha empleado prácticamente en estos estudios por preferirse el modelo del inventario TCI de Cloninger tetradimensional, existen estudios comparativos entre ambos que parecen señalar a una cierta correspondencia entre dominios de ambos.

A nivel del EOS, por estudios recientes de neuroimagen funcional y genéticos sabemos que el sistema opioide endógeno está implicado en la:

- Dependencia de la recompensa
- Evitación del daño
- Impulsividad (sobre todo en el trastorno límite de la personalidad, donde se ha replicado el hallazgo de disfunciones en la neurotransmisión opioide)
- Neuroticismo, resiliencia. Ciertos polimorfismos genéticos en el receptor mu opioide confieren mayor neuroticismo y menor resiliencia ante el estrés, al igual que ante la separación de la madre en las crías de macaco que expongo al final de la entrada.
- Capacidad de disfrute de las relaciones sociales.

Todos estos rasgos de la personalidad son esenciales también para los trastornos adictivos. Por lo tanto, el sistema opioide endógeno nos permite conectar la vulnerabilidad ambiental, genética y neurobiológica relacionando el apego, con los rasgos de personalidad y las adicciones.